Federico Nietzsche: “¿Qué es, entonces, la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos; en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades, Silén, son ilusiones de las que se han olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal”.
Iván Silén: ¿Qué es la verdad, me preguntas? Un pedazo del cuerpo-alma atrapado en el movimiento de las metáforas, de las metonimias, o de las sinestesis pero, sobre todo, en el movimiento mismo de la propia vida. Es esse encuentro con la historia que somos y con la lengua desgarrante que somos. Una cita con lo ineludible: aquéllo que no puedo dejar de decir, o aquéllo que no puedo dejar de vivir. Si hay substitutos, existenciales o lingüísticos, poéticos o materiales, entonces no hay verdad. Porque la verdad es lo insustituible mismo del soy. La verdad también es aparatosamente el encuentro con las falsedades de los otros.
En resumidas cuentas, la verdad es aquéllo que aparece insólitamente nuevo. Aquéllo que aparece en medio de mí, como si estuviera apareciendo en medio de ti, Nietzsche, como si fuera lo radical de la vida en medio del pueblo que me sostiene y me da savia. Las verdades son aquellos actos que se realizan delante de la vida y de la muerte como escribir un libro de poemas, escribir un artículo sobre ti, pintar un cuadro sobre Cristo (ese antiCristo que te desgarró el alma), o hacer el amor con la persona amada. ¡La verdad soy yo delante de lo imposible! Es el dolor, el hedor, y la alegría de mi propio cuerpo: una copa de vino tinto, un gato gris sentado en la ventana, un flamboyán floreciendo en el verano. Es la vida realzándose en mí, extrapolándome y adornándome de ser contra el destino de mi propia nada. Es el universo mismo expandiéndose contra todo el sentido de muerte. Es el espacio-tiempo de mi cuerpo en lo espantoso de mi propia libertá. Es lo aterrador del tiempo contra el instante donde escribo contra ti, contigo, y a favor tuyo. Es este lenguaje contra todo lenguaje. La verdad es la ilusión de ser frente a la muerte. La verdad eres tú también, Federico, contra el sentido de toda verdad. No es lo firme de ser, sino lo ambiguo mismo de ser. No lo que se ha usado, sino la inutilidad: la locura de estar hermosamente vivo en el espejo. El hombre que se pone su sombrero como si fuera a visitarte, Nietzsche, y nunca jamás, insólito, visita a nadie.
No es sólamente, Nietzsche, lo que un pueblo considera firme, sino lo que yo considero firme en ese pueblo insustituible que soy. No lo canónico, sino el escándalo y la debilidad misma de la carne. No las ilusiones de las metáforas del cielo, sino las metáforas de las ilusiones del infierno; no las metáforas caducas, sino las metáforas radicales. No lo insensible de los zombis, ni las espadas de los príncipes, ni el capital de los cretinos. La verdad no es la moneda que se convierte en metal, sino el capullo que se ha transformado en la rosa fugaz de los otoños.