La viuda de acuesta y se levanta con sus ojos siempre brillantes y duros, por las lágrimas que no quieren caer.
La creen fría, no la entienden. Quieren que sepa recordar sólo lo mejor de él, poner de relieve las cosas lindas, aquellas que él tenía y que salían al aire… de vez en cuando. Y la viuda recuerda, claro que recuerda. Evoca el dulce aroma de los jazmines que él le regalaba en diciembre, aquellos que le traía mojados, aplastados y envueltos en papel de diario, como regalo de cumpleaños, al que él llegaba siempre tarde y tambaleándose, pretendiendo cumplir, sólo cumplir uno de los tantos rituales de aquel largo matrimonio.
Ella siente que todos la juzgan y condenan. La juzgaron cuando ella estaba a su lado, porque “se lo bancaba” y la juzgan ahora por decir lo que siempre calló; dicen que difama la memoria del difunto. “De los que se fueron hay que recordar lo mejor”, repiten, abusando de un derecho que a ella no le conceden: decidir qué se debe recordar.
A la viuda ya no le importa. Han pasado los años de adaptarse a las circunstancias propias y a las expectativas ajenas; ahora hace su catarsis, siente que tiene derecho luego de haberlo atendido hasta el último momento, odiándolo… y amándolo…
Yo sé muy bien que mi amigo hubiera querido atreverse a pedirle perdón por las cosas que hizo y dijo, quizás también por las que olvidó decir o hacer. Que le hubiese querido confesar, cuando todavía había tiempo, que él la quería, que nunca hubo ni habría otra como ella, que la añoraba… incluso cuando se quedaba en aquel bar, hablándole de recuerdos a la botella y sabiendo que, por milésima vez, la volvería a decepcionar.
Pero no pudo con la fuerza evasiva del alcohol y de las amistades del boliche, donde tuvo siempre un lugar definido, una identidad… para los demás. Que ante los ruegos de ella para que dejara de beber, había sido una mentira aquella respuesta de que tomaba… porque simplemente le gustaba.
Y él se fue. Antes de haberle confesado que también a él le dolió… y cuánto, aquel hijo que no quiso nacer. Que él la amaba, aún al detestarla por su forma abnegada de esperarlo, de perdonarlo, como quisiera que fuera ahora, también en esta ausencia, en esta evasión final.
La viuda y el difunto me duelen. Quisiera poder pensar que además se esperan.