“…soy del vano dedo señalado…”
Fray Luis de León
“¿Es que los rebeldes pueden ser felices?”
F. Dostoyevski
Que nadie llegue nunca,
y que nadie pregunte
por qué el cielo cayó
sobre Narciso de esta manera.
Que nadie sea como yo-plural en este sueño,
porque un estanque negro gira en mi cabeza
y canta nautamente como un Ulises
que se empolva en los espejos
oscura,
fugaz,
malditamente.
Hoy tengo miedo de decir
lo que el poema dice
desfachatadamente.
Hoy que no quiero
publicar ni siquiera la sombra
(para ver al que se roba
el hilo de la costura del alma).
Porque la luna está
sufriendo en los aleros,
y el sueño
está sufriendo en las palabras,
cuando el Plagiador
que finge,
o el-Alí-
el-Delababa-corta,
que simula,
laureado,
remotamente espagnolo
sigiloso, cercano,
maldito, sutil, hermoso,
pregunta
y me hace daño.
Mientras la noche cae
de lluvia en lluvia,
como luces de bengala
y-el-ojo-de-la-vela-vela-
el-viento-
del-nao-do-remotamente-solo
-rema-que-rema-por-la-Muerte,
porque el otro,
quizás el mismo que lee,
como si fuera falso
el copiador del alma,
como si fuera cierto,
el que finge y el que sueña,
el que sólo espía lo que mi Muerte dice
y escribe en las paredes
de mi alma
tautológicamente
Ivano.
Sólo él espía lee
lo que en el remo grabo,
para luego, de capitán en capitán,
como un esclavo,
o como una Loca, tú,
fazer de la palabra trampa,
fazer de la Muerte hilo,
y de lo abyecto esa pose del Aëda
en donde plagias
el pergamino mío,
porque estoy a punto de matar,
más oscuro aún que el “asesino” tuyo,
más oscuro que Dios
en las sombras de lo remoto,
apolillado,
en los folios de Whitman
(do te quejas vulgarmente del poema mío),
esquivas la queja de tu envidia,
en los papyros del Dios enamorado,
narcómano,
fugaz,
a los oídos míos.
¡La soledad!
¡La soledad!
He allí los rapsodas
de los esbeltos magazines,
distantes, vestidos de homo,
aunque espantosos, pintándose las uñas,
haciéndose rizos
oliendo perfumes,
buscando fetos in filo suo,
me rechazan
y Dyonisio pendet,
a la vara,
clavando por el culo como un feto
(¡Oh, Lesbia de Dios, no me codicies!),
porque las olas del Egeo me arrastran
y las sombras de las sombras en los remotos remos
do el mar bate contra tu propio
tocador de “criminal”
que gime en las noches
como el Eco sin par de los espejos.
****
Escupe, tú, ahora,
con tu fístula rota
de papyrus y de caña,
escupe, tú, ahora la saliva contra Dios
y bebe la ceniza
porque el nao del aspa-astilla,
el nao del alba
a la gaviota del árbol,
al ala rota,
te arrojan contra las astas
de los hombres que aplauden
y de las ratas que chillan.
La noche te queda inmensa y
Nerval te queda más inmenso todavía,
como quien desconoce a la Muerte,
porque en el crepúsculo del dios,
las novias del puerto,
avevo una vez,
un enclenque del alma como tú,
llenito,
en los espejos del amante,
do cantas
escorbutamente
al ala derecha de los jacobinos
como si hubieras
besado a las sirenas d’Ulises por el sueño.
Pero todo es falso,
dramáticamente incierto,
en la zona del que finge nada es cierto,
con su manita dorada
de aëda
(que-anda-a-la-luz, sigiloso,
con veinticinco “poetas” mancos)
que plagian los kotex de las muchachas
como si hubieran visto
el esplendor en los ocasos.
Las Musas,
a los lejos,
han decidido juzgarlo:
Son noches temibles
las que el infierno forja a las puertas del Hades,
como luna de lata, otoñal,
amarillenta, do recojo
el llanto de Orfeo, porque
Venus venderá el gemir como tecata,
como perlas, o como mimo de Musa
venderemos
posmodernamente
el polvo del cielo y el polvo
del aljibe.
Tu voz de niña frágil,
telarañosa,
casi nada,
d’humo,
incierta,
do tu llanto temible
ha cantado
en una lengua rara de pozo
y espanto:
(Terrible carne del dolor,
temible dolor del cielo
los ángeles escupen,
hablan, orinan y dicen.):
Dios es mejor que la marihuna
del bosque. Mejor que’l vino y mejor
que los orgasmos. Nada arrebata como El,
nada como su sed, y como su hambre
nada. El Señor es mejor que la Montaña
Rusa que trajeron los gitanos. Su
taxi vacío es mejor que la ausencia.
El basta para entender el tiempo, porque
su nada se parece a mi nada y su
risa, casi-alma-mía, es la mejor risa
de los sueños. Nadie se espanta como El en
los estanques. Nadie ama como El en los moteles
del bosque. ¡Estoy solo! ¡El alba me enloquece!
¡El Señor es bueno! El es mejor que los orgasmos.
Cuando mi corazón se fatigue como
un suicida, El será mi huésped. Cuando
nadie me llame ni me busque El faxeará mi alma
y su voz de Muñeca vieja cantará
en mi corazón con el miedo espantoso
de los muertos. Cuando esté solo, aplastado
por el miedo, El me tomará de la mierda,
y guiarame a mis sepulcros hermosos, como
geisha cubierta de trapos. El será mi Señor
y yo seré su Orfeo lleno de latas,
de chiringas, de cangrejos. El será todos los niños
que fuman en los muelles, y los niños que
lloran contra el cielo. El Señor es hermoso…
El Señor es mejor que los suicidas.
(¡Oh, mi corazón, qué formidable bestia
es mi corazón enamorado!)
****
A los lejos,
como si Ulises me hubiera iluminado,
espío el ojo que me espía
y escribo a mitad de la astilla
“Los plagiarios del cielo”
que no te mereces, porque
los escribas creen que somos lo mismo,
porque sudo debajo de la lengua
esta sangre de plata de hilo,
este periodo del falo
con la vena mía del alma,
do el navío de Dios golpea y da
contra la costra del alma.
La Muerte,
que sabe del ritmo del cielo,
en donde se oye el “Claro de lunas”
y la sonata sin par de los acordes,
recuerda que soy yo,
como si estuviera loco,
y no tú,
hijo de Olivio,
quien poetamente
escupe
contra los copleros del nao.
Es la rabia delicada,
como cálaos ciegos,
(¡Oh, Baudelaire canta antes de tiempo
contra la furia del Albatros!)
do fluyen las flautas de las fauna mía
y fluyen las olas mágicas y
las rosas de Dios que giran en las fiebres:
es el escorbuto blanco,
contra el ojo tuerto del que espía
en la inmensidad de la dicha
de las sirenas negras del alma.
¿Quién va?
¿Quién naufraga?
¿QUién está satisfecho?
¿Qué muerto ha pronunciado el nombre de Iván?
¡Oh, inmensidad,
desgárrame,
úngeme,
enloquéceme
tierno por las sombras
para dar con mi lira de orquídeas,
y con mi falo curvo dar,
sentir,
oler
que lo real
es más delirante todavía
que la realidad del sueño!
Doy y das,
óyeme, ?ú, porque
con mi bicho de rosas
golpeo contra las astillas,
contra el clavo golpeo,
contra el alfiler,
¡Oh, Cristo!,
contra esta espina de la cruz (golpeo)
donde la sangre del semen
es la mirada paranoica del Testigo.
¡Qué terrible es el exilio!
¡Qué infierno es el exilio!
****
Cuando yo esté vacío, entonces, a mi mano derecha,
y no haya nadie a mi mano izquierda (cuando)
no haya senos, ni vulvas, ni navajas
de donde asirme), el Señor estará
conmigo en la hora correcta. El será preciso
como una novia, o como un amigo no
me choteará, ni traficará, ni me dejará,
en los pantanos. El será mi Muerte
como una madre. El enrollará su alma
para mí y fumará conmigo en las ansiedades. El
enrollará su cuerpo con mi cuerpo como una
joven y reirá conmigo en la Noche de Bodas
y será otra vez el orgasmo de siempre. El
Señor es terrible. El ha enrollado mi alma.
****
¿Qué podrías decir, entonces,
a mitad de la asamblea de los muertos?
¿Qué podrás decir tú como un
Marat cualquiera
a mitad de los cuchillos?
Porque yo odo tus pasos detrás de las ratas
que sueñan en el viento la tormenta tuya,
y sé que oyes en mí
envidiosamente
el hedor de Dios
que te cautiva.
Porque desearías ser novia de Dios,
leproso de Dios,
sidista desearías ser,
cuando oyes el remo del agua,
oyes el himno que
Manuel plagiara en
Las mariposas de alambre
que te obsequió y que t’escupo
desde-la-ira-do-deliro
como si buscaras, tú, en mí
al rapsoda de la ciudad que has ocultado
andas-luzmente oscuro
cretinamente oscuro
en lo que le falta a tus sueños.
Como si buscara, entonces, casi alado
sobre el Dios que saliva
lo que has perdido en la carne
y en las siluetas extrañas de los taxis.
Dios me besa hoy insólitamente en las palabras
con su propia alma, en carne viva me besa,
y a las tres de la mañana
me anuncia,
como un letrero enorme de octubre,
los pasos sigilosos
de aquél que rema a mi lado
con el odio de Dios,
la náusea tuya,
y el horror con que escribo
en estos “Plagiarios” del’alma
y de la carne.
****
Dios es mi orgasmo prohibido (y yace
Cristo en la bañera del tiempo con
la Muerte rota) y cual Narciso se
mira en mis espejos. Es el cielo del Hades
lo que lo invita, pero no le importa. Pues
nada somos, y humo somos, ardientes,
hermosos, fieros. Y si yo no existo, pobre de
Ti, ¡oh, loco!, que miras el vacío de la carne
que húmeda, espantada, semen, rueda
en el placer y en la agonía. ¿Quién
eres Tú? ¿Qué extraña poesía te
consume? ¡Oh, Marihuanero del alma
mía! ¡Oh, Alpinista de la Muerte! ¿Quién eres Tú?
¿Qué extraña poesía te consume?
****
He aquí que me escondieron
y me traficaron
en la bodega de los barcos,
para que nadie mirara mi voz de muchacha esquiza,
ni oyera nadie mi voz de ángel fañoso
que sueña, címbalo, repercute, entre las piernas
aquella hoz mohosa de la siega,
aquella guadaña de las sombras,
de tu sombra, de una sombra larga,
do las niñas descalzas,
frenéticas de luna,
(codiciadoras del Aleph del sexo
–de la hostia-vulva,
o de la vulvostia–)
golpeaban el tocador de la Muñeca de la Muerte
y buscaran, cual tú, inútilmente
las falenas del tiempo recobrado.
Este es el abril que parece octubre,
y este es el octubre que vuelve
para hacerse abriles.
Este es el acto de escupir contra ti mismo,
porque te equivocas al decir,
celestinamente:
“que nos encantaría pasar una noche con Lorca”.
Este es el abril de los octubres que pasan
(el viejo odio de Unamuno contra Darío
–la vieja rencilla del 98
contra los Modernistas–)
los mismos textos diferentes,
amanecidos de bruma,
apolillados de alba,
(¿o no te recuerdas, acaso,
que mientras Velázquez pintaba
al-conde-duque-de-Alba,
Quevedo se burlaba y se reía
de la misma figura ejemplar de los canallas?).
Heme aquí, entonces, hecho perfume de rosas,
retinto de aguas sucias
para mirar a los
que van a la guerra étnica,
falsa Circe, como tú,
porque no entendiste,
que la Ciudad de la Muerte
no puede ser plagiada.
Si turista, tú, ajeno,
no entedías el alma tuya,
¿cómo presumías, entonces, hablar de todas las almas
en la ciudad del amor y en la ciudad de la muerte?
Todo fue la confusión,
el caos,
la maldad misma,
cuando los coperos
te brindaron la soledad de los nichos.
Te ofrecieron también la ciudad
de los grandes taxis de Dios,
porque
“en mí la culpa ajena se castiga,
y soy del malhechor el prisionero”
que los posmodernos robaron
gentilmente
en El miedo del Pantócrata
como monjas desnudas
en los espejos del Poeta.
El plagio fue fácil,
porque solo,
“sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanza,”
antiguo,
desvirgado del alma,
interrogo a la Esfinge delante de ti:
“¿qué se hizieron las damas,
sus tocados e vestidos,
sus olores,
las justas e los torneos,
parlamentos, bordaduras,
e çimeras?”
¿Quién podrá esconderme ahora
en l’abundancia del Hades,
o en las ambulancias de Dios,
si junto a la sombra del alma
los vates, de las manos doradas,
se masturban contra el cielo
delante de los Buzos verdes,
los buzos amarillos,
los buzos lilas,
(delante del Pantócrata del nicho)
del que no llegó a Madrid, ni a Sevilla
ni Al-Ándalus, las cuatro son,
porque quisiste, tú mismo, ahogar
a Filí-Melé2
en los casilleros del olvido.
¿Cómo pretenden enterrarme ahora,
¡oh, cretinos!,
en los huesos de Dios…
si de los huesos de Dios
soy tuétano, gacela y sueño?
****
La noche quiso ser gris
y no pudo
afortunadamente,
(porque un disparo en la boca del Poeta),
en la soledad de las rosas un disparo,
(la falenas que se rompen en la lengua),
do se borra la historia real
del traidor y del héroe
que no quisiste escribir
amatoriamente.
La noche quiso ser gris,
porque una cosa es lo abyecto
del alma de “Dios” que soy
y que bebo,
y otra cosa lo yerto de la luz
en las baratijas de enero.
Porque el Dandy, ciego, tanteando,
en el “trucco” del Delirante,
tardío, remoto,
no se parece al placer
de las muñecas infestadas.
¡Oh, el Infractor de los “comics”!
¡Oh, el Escribidor de la apariencia y del teatro!
Quisiste, tú, escribir sobre lo abyecto del alma,
pero la ciudad de Venecia se llenó de polvo
y telarañas
y alacranes
cundiedo tu alma
con la misma podredumbre de tu lengua.
Era el polvo,
los ascensores de la Muerte,
contra esa luz de los pinos,
en los sauces
y en las sombras de la sombra,
en lo remoto mío
como si fueran lo mismo del ser
reflejándose en las aguas astilladas,
mariposamente,
reflejándose contra el cielo roto,
como si fuéramos la nada
en donde acontecían
plagiariamente
ustedes.
Los buitres andariegos, locuaces,
y el Cálao solitario
no vuelan juntos bajo el mismo cielo,
porque la belleza de uno se parece
a la ceniza del otro,
y la belleza del otro,
se parece a la ceniza del Hades,
oscura, mortal,
en los Cisnes del Sida,
enmohecidos,
darianamente,
no se parecen a la belleza del mundo.
Te hago un favor con el Narciso que te mira,
mientras remas naufrago en el corazón de Dios
con la imagen del otro-Ego-meus
y contemplas en tu mano
el rubí del rey burgués que finge
eclipsado de lunas
y eclipsado
en los cisnes de los vidrios azules,
amarillentos de pus, verdosos de luna,
do-contemplas-los-culos-de-los-niños-rotos
en las lámparas de tus lágrimas locas
mientras sueñas climateamente
para huir a través
de los bosques encendidos.
****
¡Oh, mar, bate!
¡Oh, navío mío, ruge contra los vientos añejos
de las velas deshechas, desgarradas,
en el pico una flor
(¡Oh, Dios mío, enróllame,
fúmame,
marihuáname!)
donde la luna fofa, anémica
y tiza se sumerje
para que’n la ciudad del sueño broten
las orquídeas mías
y los pompones meus
y las esmeraldas tuyas
contra la otra ciudad de la escoria
y de los mismos taxis plagiados
ivanamente
por los versos indignos
do aparezca tu faz de fumador!
Era necesario que la noche cayera sobre mí
y me matara
como un signo antiguo, maldito,
niuyorkinamente falso.
Era necesario que la noche
se hiciera denario y se llenara
de Latonas, de Dianas, de Minervas,
cuando amontonaba, aquél, a los poetas como ratas
en las latas de embutidos,
para que no se viera y no se oyera
su corazón de telaraña,
para que no hediera en él
el eclipse del corazón rasgado,
ni vieran tampoco el Aposento Alto de
su falsa fístula de Cristo.
¡Oh, qué caramente vendías la amistad!
¡Qué horrible, para ti,
fue vivir debajo
del-paraguas-semen-de-tu-padre
donde llueve!
¡Qué terrible, él,
abriéndote las puertas,
los retretes oliviamente,
las revistas españolas,
los amigos maricones,
mientras, tú,
¡oh, seudo-Lorca!,
equidistante,
como el rapsoda del San Juan de la Maguana,
como el nihilista de la kodak,
trutruabas en el limo blanco,
la imagen de Dios por el sueño de Cristo
y escribías, caribeñamente,
falando, rebuznando,
que se rompió la fuente,
en el corazón
del cielo
contra los lirios haraposos de la dicha.
Hoy no debes tocar los grilletes de Dios
que te contagian,
porque la pluvia cae anémica contra la lluvia
y contra el puente húmedo,
como las sombras del sueño
sobre el sueño de las sombras,
do tú,
metamorfósicamente
(ahora yo por tu plagio),
el mismo,
a pie, empobrecido,
sin trabajo, sin publicar,
repleto de versos, ahogado de imágenes,
original,
hijo de Zeus,
a mitad de la historia,
antinihilistamente
con la voz de las sirenas roncas,
canto fañoso, fofo,
en el corazón de Dios
(la legión que soy contra las sombras,
el ego que soy contra los nadie,
el abismo de Ulises contra los dioses)
paso, e ivano
ligeramente otro contra Aquiles,
extravagantemente solo,
a ver si Penélope faxea
cartas de amor,
y postales de odio…
No sé qué decirte,
no sé si yo también
soy-el-Otro-Cristo
que a mi lado
clonamente
mete su pan
en la Santa Cena de mi olvido.
No sé si soy el Ego del otro mismo ajeno,
falseario,
que irremediablemente,
cretino,
publica lo que escribo como suyo,
para que, tú,
¡Oh, seudo-Lorca!,
augurio mío, a pesar tuyo,
canalla meus,
manyes de mi mano el maná del gesto oscuro,
siniestro, incandescente,
que te sostiene en tu desierto
de ser famoso
debajo del semen del sueño de tu padre.
****
¡Oh, amigos míos!
¡Oh, discípulos míos!
Oh, tú, Calicles, infiel,
ingratus,
en los anfiteatros vacíos
do cubículamente
sueñas a Nietzsche,
o a César Augusto,
mientras te empolvas jorobadito,
flaquito,
niuyorkinamente te motas,
en los baños públicos
–en Brasil–
en las discotecas de vidrio,
D’Azur, o de absurdo,
disfrazado de poeta-novio
portas el refajo
sabiendo, como dices,
que es mejor
cometer la injusticia que sufrirla.
O tú,
Judío Errante de los Broadways sombríos,
afónico casi,
en las gradas de los juegos de fútbol,
gritando hebreamente el nombre del Mesías
(en antologías falsas,
escondiendo mi nombre,
o en las alcantarillas del subway)
protestando contra Dios dyonisiacamente,
mientras inventas poemas “filosóficos”,
como si Martín Adán,
Pessoa e Ivanóskar,
no hubieran escalado ya el sueño
de Macchu Picchu,
por las escaleras de Jacob,
y por los escalones del ser contra tu ángel.
No pronuncies, entonces, deuteronómicamente,
¡oh, acróbata de la nada!,
las palabras doradas
porque el Ser
te aplasta contra los versos,
la espina dorsal de la rosa
(una rosa blanca cultivo
para el amigo sincero
que me da su mano franca,
una rosa blanca que se clava
falamente cultivo
tecatamente cultivo una rosa blanca)
contra ese Dios d’añil
de los espejos,
que mejor que tú,
casi sombra,
portara conmigo, tu ataúd,
una noche inmensa d’abril,
interminable,
do la lluvia d’octubre,
jorobadamente,
anuncia los judíos errantes del exilio.
****
Era mejor morirse en las auroras vacías,
y no haber venido
de testigo
a comer mi propia carne,
con los propios prójimos
que escriben
palimpsestamente
con las manos vacías,
cuando Dios se pierde por los callejones,
en las ambulancias de Iván,
o cuando Dios plagiado,
oscuro, criminalmente,
me haya empujado y m’extravíe
accidentalmente,
en los plagios de los “amigos míos”,
del coro meus,
¡oh, Grecia!
o en los puertos irreales,
o en los teatros falsos,
o en las paradas grises,
como un taxista d’azur
que espera al pasajero blanco de la Muerte,
en el tiempo gris-oscuro de la Muerte misma.
Este es el sonido de mi voz y todavía no basta.
Esta es la guerra de Dios
contra mí mismo
y no me colma su pasto
en el color semejante del cielo.
Este es el sonido de la yerba
que huma, y vulva, y mirra,
como el color extraño de la Muerte.
¿A dónde, entonces, te escondiste, DesAmado?
¡Oh, Santa Teresa! ¡Oh, San Juan!
¿Qué larga noche la del ataúd oscuro
casi golpeando dráculamente
contra el nao mío?
¡Qué raro marino, todavía,
sudando sangre, esperma,
ardiendo de luna,
afiebrado contra el gallo,
afiebrado-contra alto,
afiebradas corcheas y
calurosos gemidos redondos de la Muerte
en clave de fa
do el disparo es bello
en las lágrimas fortuitas de Ivanov,
o en el gemido siniestro de Navioskar,
en la clave de sol,
do oigo las lágrimas de Dios amontonadas,
vomitadas,
solas!
¡Ah, que nadie venga, entonces,
(ni siquiera tú, hipócrita lector baudelareano)
que nadie diga,
que nadie hurte, ni eructe, ni mee,
el horizonte mío,
donde el sentido de la Muerte escupa al sentido,
porque estoy exhibiendo el espanto
en los versos míos!
Estoy exhibiendo mis versos
sin el adjetivo criminal.
Porque no he de ser eternamente este Iván oculto
en donde me despojas emmanuelmente
(moralmente me despojan,
alexismente doquier,
teamente roto,
josémente mea,
paranoico roto,
ni-Iváno ni-meus,
camisa de fuerza del poema,
loco y pazzo,
esquizo, atado, alado,
a la soga del poema,
la paloma del poema,
al mar del poema,
al odio del poema,
al grito del poema,
al alaluz,
al alamar,
al alaMuerte,
a-la-lá,
alanoche,
alanada,
al rantampán, al rantampán, al rantampán
de la espalda de Dios,
al alaser de la Muerte,
a-las-sombras-de-la-sombra,
en los documentos falsos de mi fama.
No he de ser jeroglíficamente
este Iván
que vende pintas de sangre,
en los hospitales de Brooklyn,
para poder comprar las ediciones de Borges,
o las ediciones más oscuras y
más remotas de Kafka
en las librerías oscuras del Kastillo.
Estoy cansado de lidiar
con los secretarios de la Muerte.
Estoy hastiado de lidiar
con los burócratas
de la belleza que escupo
rimbaudmente,
porque ésta es la historia,
y no hay otra,
infame de tu fama,
que dice lo que todo el mundo sabe
niuyorkinamente
de la POESÍA
y nadie quiere decirlo ivanamente
en las palabras chuecas, y
en las cloacas de los versos
nadie habla,
porque costaría el trabajo,
la cátedra,
el congreso,
el auto,
el prestigio
y la vida misma.
Esta es la historia falsa de lo real que no se escribe,
como el sueño donde mientes,
delante de los testigos
de la Tercera Dimensión
y delante de nosotros,
porque estamos,
como tú,
¡oh, París!,
poblados de traidores.
Pero ésta también es la noche de Dios,
girando en las espinas rotas,
o en las rosas de los paredones agrietados
donde giran las estrellas de luz
a la velocidad de la Muerte…
Tu voz está también delante ti y delante de mí
como un choque inevitable,
como un delito eterno de la cita,
como una Muerte que el coro canta,
más oculto,
más remoto,
delirante,
huyendo como Iván
del palimpsesto tuyo, y huyendo todavía
de las amantes remotas,
más remoto,
inédito,
pálido de luz,
de la lluvia huyendo,
delamor,
delosodios,
delasaguas,
delosbesos,
delamar,
como un disparo sobre la frente.
Este el sonido de las alas del Asesino meus
apocalípticamente
caído a los cálaos
que acuden
lapidariamente
Icaros
a sembrar los sonidos grises
de la rueca donde se teje tu horca,
¡oh, amigo mío!
Son los oráculos que chirrian por el cielo,
son los labios que
cantan,
los que maldicen,
los que poeman,
unos contra otros,
para evitar las espinas del placer,
el fuego de la carne,
que Dios quiebra,
y rosa, y sema,
en los labios fortuitos de la telaraña
del Aëda
que sangran de Dios toda la patria,
que sangran del demiurgo todo el Poeta,
de los acechos a los atrechos,
(donde Dios enrolla el alma mía
y me fuma marihuanamente en los Claros de Luna)
do se quiebra las venas al espejo
ivanamente
y Dios me fuma
a la luz,
a laMuerte
Dios me fuma,
a la nada…
a la mar, a los besos,
al amor,
a la Furia,
a la Medea.
(¡Oh, mi corazón aniquilado,
que formidable bestia
es este corazón enamorado!)