Esqueletos azules en una blanda danza que sigue el ritmo de oboes silenciosos, de música encerrada en herméticas burbujas que se agrandan en su absurdo camino hacia la superficie y estallan al llegar a la meta como sueños que desaparecen al despertar.
Y el calamar despierta sobresaltado, sudando tinta y con una tristeza tan azul como los esqueletos soñados.
-¿Qué pasa, don Calamar? -pregunta un langostino asombrado.
El calamar, antes de responder, suspira. Un laaargo suspiro… que lo impulsa tan lejos del langostino, que ya no se escuchan sus palabras cuando contesta:
-Quiero tener un esqueleto, y mi deseo es una obsesión. Cuando duermo, sueño con esqueletos. Son siempre diferentes, de colores distintos y sólidos huesos…
Y el calamar continúa describiendo su secreto sueño, que sigue siendo secreto, porque el langostino no puede escucharlo y, de puro aburrimiento, se va a nadar un rato.
-¿Qué pasa, don Calamar? ¿Por qué habla solo? -interroga entonces un caracol de paso por allí.
-¡Aaaah! -y otra vez el suspiro lo lleva lejos de su interlocutor que se queda sin saber los motivos de su extraño comportamiento.
-¡Chist! -llama la atención del caracol una cholga aferrada a una roca y semioculta entre los pólipos fosforescentes. -¡Don Caracol, don Caracol! No le haga caso al Calamar. Yo creo que está loco. Lo escuché hablar solo, y decía cosas raras sobre esqueletos bailarines.
-¡Qué horror! ¿Y dónde los vio?
-Ah, no sé, porque los suspiros se lo llevan cada vez más lejos y no hace más que suspirar…
Al caracol, con su lento andar, le resulta imposible alcanzar al suspirante calamar y se queda dibujando ilusiones en el fondo arenoso. Y con su ir y venir sin rumbo, plasma allí, sin proponérselo, la forma de un esqueleto. De pronto las líneas parecen cobrar vida y ondular suavemente al ritmo de alguna música desconocida, bajo el efecto de las corrientes submarinas, cómplices del misterio. Pero el caracol, artífice de la creación, no puede verla porque para hacerlo hay que nadar muy alto y él, sólo puede arrastrarse por el fondo.
El calamar, sin embargo, no tarda en descubrir el arte del caracol y queda prendado de tanta belleza. El siempre quiso tener un esqueleto, pero, ¿quién puede ver el propio, oculto bajo la piel? Ahora, gracias al caracol, descubre que ya no le interesa poseerlo y que es más hermoso tener la amistad del caracol que le regala los esqueletos más perfectos, los más increíbles, siempre nuevos, diferentes, únicos.
Y sigue al humilde caracol, suspiro a suspiro, por donde él vaya, y ya no sueña con esqueletos. Ahora los tiene, son reales, están allí y son para él. Un regalo del caracol.